Identificar las emociones y comprender las diferentes etapas del desarrollo emocional.

Por Mariza Bucio

Junto con el desarrollo cognitivo, físico y social, todos los niños pasan por las diferentes etapas del desarrollo emocional.Las emociones de una persona son difíciles de entender y reconocer, y cuando se trata de niños, puede ser más  complicado, ya que no siempre entienden lo que significan sus emociones. El desarrollo emocional puede definirse como la aparición de la expresión, la experiencia, la comprensión y la regulación de sus emociones desde el momento en que nacen hasta la adolescencia (Izard,1994).

Los padres y cuidadores ciertamente juegan un papel importante en el desarrollo de las emociones, pero también lo hacen otras personas a medida que el mundo del niño comienza a expandirse.

El debate continúa sobre cuándo exactamente los niños comienzan a experimentar emociones. Por ejemplo, un bebé puede sonreír temprano en su vida, pero es más probable que la sonrisa sea más un reflejo que una interacción social o emocional. En general, un niño puede sonreír a las seis semanas de edad, lo que puede expresar emoción, pero no sonreirá de manera social hasta que tenga aproximadamente seis meses de edad. El llanto es la forma más poderosa para que un bebé exprese sus emociones, y a menudo se usa como una forma de comunicarse. Usan el llanto para mostrar angustia, miedo, ira, tristeza, dolor y muchas otras emociones. Alrededor de los tres o cuatro meses de edad, el niño comenzará a reír, que es una nueva forma de expresar sus emociones (Aresté, 2015).

Según diferentes autores existen cinco emociones básicas las cuales se presentan desde los primeros años, estas emociones son; miedo, desagrado, ira, alegría y tristeza. Las cuales los niños las utilizan para expresar sus sentimientos. El miedo se presenta cuando existe una situación de amenaza o peligro, la cual puede producir ansiedad, incertidumbre o inseguridad. El desagrado, se puede observar cuando en alguno de los sentidos percibimos algo que nos produce aversión o asco. La ira es cuando existe enojo o rabia, puede aparecer cuando los niños se frustran o las cosas no sales como uno espera. La alegría es una sensación de bienestar, cuando existe seguridad emocional del cuidador primario o realizando una actividad que nos agrade. Por último la tristeza, involucra pena, soledad o pesimismo, en los niños se puede presentar cuando se pierde algo que quieren (Shapiro, 1997., López, Gloria, García y Cristina, 2009., Llenas, 2014).

Todas las emociones son necesarias ya que cada una tiene una función específica. El miedo es necesario ya que nos sirve para apartarnos de un peligro y actuar con precaución. El desagrado nos produce rechazo y solemos alejarnos. La ira es adaptativa, impulsa a hacer algo para resolver un problema o cambiar una situación difícil. La alegría nos induce hacia los patrones de bienestar, donde queremos repetir las situaciones o momentos que nos hacen sentir bien. Para terminar, la tristeza nos hace pedir ayuda, nos motiva hacia una nueva reintegración personal. Cada niño es único e irrepetible por lo cual mostrará de diferente manera cada una de las emociones (Maccoby y Martin, 1983., Valiente, Fabes, Eisenberg y Spinrad, 2004).

Una parte importante del desarrollo emocional de los niños es cómo etiquetan, reconocen y controlan sus emociones. Esto se conoce como regulación emocional. La autorregulación de las emociones de un niño incluye tanto el reconocimiento como la delineación de sus emociones. Una vez que un niño comienza a articular una de sus emociones, esta acción puede tener un efecto regulador. Los niños también aprenden cuando es importante para regular sus emociones en ciertas situaciones.Entre los dos y tres años los niños  comienzan a desarrollar su sentido de identidad. También comienzan a desarrollar nuevas emociones como la vergüenza y el orgullo gracias a la maduración del lóbulo frontal y otras áreas del cerebro. Esto también facilita un nuevo sentido de independencia en estos niños, y comenzarán a desafiar la autoridad. Cuando el niño alcanza la edad de dos o tres años, comenzará a mostrar signos de empatía, lo que indica que puede leer las señales emocionales de los demás (Shapiro, 1997).

Las habilidades verbales también comienzan a desarrollarse alrededor de este tiempo, y con estas habilidades, los niños desarrollan el razonamiento verbal. Esto significa que empezarán a hablar sobre sus sentimientos, que es algo que no han podido hacer antes. Esto continúa en el preescolar, y pueden verbalizar las emociones, como “estoy triste” o “estoy enojado”. Los niños entre 3 y 6 años, también comienzan a comprender las reglas establecidas por su escuela, familia e incluso la sociedad con respecto a las emociones. Reconocen señales no verbales entre sí y finalmente pueden distinguir entre emociones estimulantes o decaimiento como la ira, el miedo y la tristeza. Estos niños también entienden  la empatía, sin embargo, en este punto, solo pueden entender la empatía con personas que conocen bien, como su familia (Llenas, 2014 y Arresté,2015). 

Al pasar el tiempo los niños entran a la escuela primaria, donde tienen más sentido de sí mismos y se dan cuenta de cómo situaciones específicas causan emociones, aprenden que hay “reglas” para mostrar la emoción. Por ejemplo, a un niño se le puede enseñar a evitar mostrar desilusión cuando recibe un regalo que no quiere. Estos niños a menudo también desarrollarán habilidades de afrontamiento emocional, incluso si están en un nivel básico. Por ejemplo, un niño podría racionalizar comportamientos o situaciones para evitar situaciones que produzcan vergüenza, castigos o algún tipo de malestar. Cuando un niño tiene entre siete y once años, puede regular mejor las emociones mediante el uso de varias habilidades de autorregulación. También entienden mejor que pueden adaptar sus emociones y, en algunos casos, manipularlas a relaciones específicas. La regulación emocional, identificada como la capacidad del niño para etiquetar, reconocer y controlar sus acciones, es una parte importante del desarrollo social.

La investigación ha demostrado que existe un fuerte vínculo entre el desarrollo emocional de un niño y su desempeño en la escuela. Este vínculo es particularmente evidente en los primeros años de la escuela primaria. Si las tareas escolares de un niño se ven interrumpidas por eventos tales como problemas relacionados con otros estudiantes, control de emociones negativas o seguir instrucciones, un niño puede tener dificultades para cumplir con sus actividades educativas (Valiente., Fabes, Eisenberg, y Spinrad, 2004). Es fundamental para el correcto desarrollo emocional que el niño cuente con un cuidador primario cariñoso, donde se  establezcan límites claros. Además, cuando el niño tiene un ejemplo a seguir de como expresar las emociones, éste tendrá un mejor desarrollo emocional. Para concluir, comprender las emociones es un trabajo arduo y continuo, el cual nunca termina.

Referencias:

Aresté, J.(2015).  Las emociones en educación infantil.Universidad de La Rioja. Extraído de la página de internet; https://reunir.unir.net/bitstream/handle/123456789/3212/ARESTE%20GRAU%2C%20JUDIT.pdf?sequence=1

Izard, C. E. (1994). Innate and universal facial expressions: Evidence from developmental and cross-cultural research. Psychological Bulletin, 115, pp. 288-299.

Llenas, A. (2014). Diario de las emociones.Paidós. España.

López, H., Gloria C.,García V. y Cristina, M. (2009). Interacción familiar y desarrollo emocional en niños y niñas.  Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales. Niñez y Juventud. Extraído de la página de internet:

https://www.redalyc.org/pdf/773/77315614009.pdf

Maccoby, E. E. y Martin, J. A. (1983). Socialization in the context of the family: parent-child interaction. In E. M. Hetherington (Ed.), Handbook of child psychology (pp. 1-100). New York: Wiley.

Shapiro, L. (1997). La inteligencia emocional de los niños. Vergara Editor, S.A. México.

Valiente, C., Fabes, R. A., Eisenberg, N. y Spinrad, T. L. (2004). The relations of parental expressivity and support to children’s coping with daily stress. Journal of family Psychology, 18(1), pp. 97-10

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